Comentario
En que se cuenta lo sucedido en la Real Audiencia; la venida del señor obispo don fray Juan de los Barrios, primer arzobispo de este Reino, con todo lo sucedido en su tiempo hasta su muerte; la venida del doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, primer presidente de esta Real Audiencia
Poco después que vino el licenciado Alonso de Grajeda y después de haber residenciado al licenciado Juan de Montaño y enviándolo preso a Castilla, vinieron por oidores de la Real Audiencia el licenciado Tomás López y el licenciado Melchor Pérez de Arteaga; y tres de ellos, en diferentes veces y viajes, vinieron el licenciado Diego de Villafaña, el licenciado Angulo de Castrejón, el doctor Juan Maldonado, y por fiscal el licenciado García Valverde, que fue el primero de esta Real Audiencia. Algunos de estos señores fueron promovidos a otras plazas, que fueron a servir sin ruido de visitas ni residencias; otros asistieron con el doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, primer presidente de esta Real Audiencia, que el uno fue el licenciado Melchor Pérez de Arteaga, y el fiscal García de Valverde.
Al principio del año 1553 entró en este Nuevo Reino el señor obispo don fray Juan de los Barrios, del Orden de San Francisco, el cual trujo consigo a mis padres. En este tiempo había una cédula en la Casa de la Contratación de Sevilla, por la cual privaba Su Majestad el Emperador Carlos V, nuestro Rey y señor, que a estas partes de Indias no pasasen sino personas españolas, cristianos viejos, y que viniesen con sus mujeres. Duró esta cédula mucho tiempo. Agora pasan todos: debióse de perder.
Era el señor obispo natural de Villapedroche, en Extremadura, y criado en el convento de San Francisco de Córdoba, en el cual perseveró con tanta aprobación, que fue electo para obispo del Río de la Plata, y antes que saliese de España para ir a servirlo, fue promovido a la de Santa Marta, al cual llegó al fin del año de 1552; y luego se vino a este Nuevo Reino, y asistió en él más tiempo de quince años, sin volver más a Santa Marta. Y se cree fue orden del Rey nuestro señor, por ser más necesaria su persona en este Nuevo que en Santa Marta; y con intento de autorizar la Audiencia Real que en él había mandado fundar, haciendo obispado distinto en esta provincia, informado de su anchura, en que se esperaba fundar muchas ciudades, como se fundaron, y ser incompatible para cualquier prelado de Santa Marta por haber más de doscientas leguas de distancia de aquel obispado a este Nuevo Reino. Confirmóse esta sospecha con que mandó el dicho señor obispo venir algunos prebendados de la iglesia Catedral de Santa Marta, y puestos en esta parroquia de Santa Fe, la mandó servir como Catedral; y con ellos y con los demás beneficiados celebró constituciones sinodales, que se promulgaron en esta ciudad de Santa Fe en junio de 1556 años, como consta de la dicha sinodal, a que me remito. El año antes de estas constituciones, que fue el de 1555, hizo la renunciación el emperador Carlos V de sus reinos y señoríos, renunciando al imperio en don Fernando, rey de romanos, su hermano, y el reino de España con todo lo tocante a aquella Corona, en Philipo II, su hijo; por manera que el año de 1546, digo de 56, gobernaba ya don Phelipe II, nuestro Rey y señor natural.
Y con esto prosigamos adelante.
El dicho señor obispo puso ministros en los pueblos de los indios, para que les predicasen procurando su conversión; y ayudóse para esto de las religiones de Santo Domingo y San Francisco, que desde el año de 1550, que se fundó la Real Audiencia, habían ellos fundado sus monasterios en esta ciudad.
Vino el doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, primer presidente de esta Real Audiencia; ayudó mucho a la conversión de los naturales, que, a pedimento del prelado, mandó hacer iglesias en los pueblos de indios, en que se les decía misa, y predicaba y ha predicado en su lengua hasta el tiempo presente, de que se ha seguido grande utilidad a toda esta provincia y las demás sus vecinas, con mucho aprovechamiento, como es notorio.
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En el ínterin que llega el primer presidente de este Reino, quiero coger dos flores del jardín de Santa Fe de Bogotá, Nuevo Reino de Granada; y sea la primera, lo sucedido al señor obispo don fray Juan de los Barrios con la Real Audiencia, para que el lector entienda que no es cosa nueva haber encuentros entre estos dos tribunales.
Ya dije, después de la prisión del licenciado Juan de Montaño, los nombres de los oidores que habían asistido con el licenciado Alonso de Grajeda. Pues sucedió que vino del Pirú a esta ciudad un clérigo, en el hábito, que por entonces no se averiguó más; tras él vino una requisitoria de la Audiencia de Lima para que le pretendiesen y remitiesen; esta Real Audiencia la mandó cumplir. El clérigo, que tuvo noticia de ella, fuese a la iglesia estando el señor obispo en ella. Un señor oidor fue a cumplir lo mandado por la Real Audiencia a la iglesia; el señor obispo lo defendió hasta donde pudo; el oidor llevó preso al clérigo. El prelado prosiguió y procedió contra toda la Audiencia por todos los términos del derecho, y últimamente la puso cessatio divinis, y salió de esta ciudad la vuelta de Castilla.
Los conquistadores y capitanes alborotaron; la ciudad toda hizo gran sentimiento viendo ir a su prelado, y que la dejaba sin los consuelos del alma; en fin, se resolvió la feria de manera que aquellos señores vinieron a obediencia, y todos conformes enviaron por el señor obispo. Fueron a traerle los capitanes conquistadores; volvióse Su Señoría, y vino a hacer noche a la Serrezuela de Alfonso Díaz, que hoy es de Juan Melo. El primero que fue a verle de los señores de la Real Audiencia fue el señor fiscal García de Valverde, al cual el señor obispo recibió muy bien y lo absolvió, dándole en penitencia que desde la dicha Serrezuela viniese a pie a esta ciudad, que hay cinco leguas; la cual penitencia cumplió, acompañándole otros señores que no tenían culpa. El señor obispo partió luego para esta ciudad, donde fue muy bien recibido. Los señores oidores le salieron a recibir al camino, y a donde los topaba los absolvía dándoles la penitencia del fiscal. Con lo cual se acabó aquel alboroto, quedando muy amigos.
La segunda flor nació también en esta plaza, que fue aquel papel que pusieron en las paredes del Cabildo de ella, los años atrás, que trataba de las muertes de los dos oidores Góngora y Gallarza, pérdida de la Capitana, su General y gente, sobre el paraje de la Bermuda, que pasó así.
En las flotas que fueron y vinieron de Castilla después de la prisión de Montaño, pasó en una de ellas un vecino de esta ciudad, a emplear su dinero: era hombre casado, tenía la mujer moza y hermosa; y con la ausencia del marido no quiso malograr su hermosura, sino gozar de ella. Descuidóse y hizo una barriga, pensando poderla despedir con tiempo; pero antes del parto le tocó a la puerta la nueva de la llegada de la flota a la ciudad de Cartagena, con lo cual la pobre señora se alborotó y hizo sus diligencias para abortar la criatura, y ninguna le aprovechó. Procuró tratar su negocio con Juana García, su madre, digo su comadre: ésta era una negra horra que había subido a este Reino con el Adelantado don Alonso Luis de Lugo; tenía dos hijas, que en esta ciudad arrastraron hasta seda y oro, y aun trajeron arrastrados algunos hombres de ella. Esta negra era un poco voladora, como se averiguó; la preñada consultó a su comadre y díjole su trabajo, y lo que quería hacer, y que le diese remedio para ello. Díjole la comadre:
--"¿Quién os ha dicho que viene vuestro marido en esta flota?"
Respondióle la señora que él propio se lo había dicho, que en la primera ocasión vendría sin falta. Respondióle la comadre:
--"Si eso es así, espera, no hagas nada, que quiero saber esta nueva de la flota, y sabré si viene vuestro marido en ella. Mañana volveré a veros y dar orden en lo que hemos de hacer; y con esto, queda con Dios".
El día siguiente volvió la comadre, la cual la noche pasada había hecho apretada diligencia, y venía bien informada de la verdad. Díjole la preñada:
--"Señora comadre: yo he hecho mis diligencias en saber de mi compadre: verdad es que la flota está en Cartagena, pero no he hallado nueva de vuestro marido, ni hay quien diga que viene en ella".
La señora preñada se afligió mucho, y rogó a la comadre le diese remedio para echar aquella criatura, a lo cual le respondió:
--"No hagáis tal hasta que sepamos la verdad, si viene o no. Lo que puedes hacer es... ¿veis aquel lebrillo verde que está allí?"
Dijo la señora:
--"Sí".
--"Pues, comadre, henchídrnelo de agua y metedlo en vuestro aposento, y aderezad qué cenemos, que yo vendré a la noche y traeré a mis hijas, y nos holgaremos, y también prevendremos algún remedio para lo que me decís que queréis hacer".
Con esto se despidió de su comadre, fue a su casa, previno sus hijas, y en siendo noche juntamente con ellas se fue en casa de la señora preñada, la cual no se descuidó en hacer la diligencia del lebrillo de agua. También envió a llamar otras mozas vecinas suyas, que se viniesen a holgar con ella aquella noche. Juntáronse todas, y estando las mozas cantando y bailando, dijo la comadre preñada a su comadre:
--"Mucho me duele la barriga: ¿queréis vérmela?"
Respondió la comadre:
--"Sí lo haré: tomad una lumbre de ésas y vamos a nuestro aposento".
Tomo la vela y entráronse en él. Después que estuvieron dentro cerró la puerta y díjole:
--"Comadre, allí está el lebrillo con el agua".
Respondióle:
--"Pues tomad esa vela y mirad se veis algo en el agua".
Hízolo así, y estando mirando le dijo:
--"Comadre, aquí veo una tierra que no conozco, y aquí está fulano, mi marido, sentado en una silla, y una mujer está junto a una mesa, y un sastre con las tijeras en las manos, que quiere cortar un vestido de grana".
Díjole la comadre:
--"Pues esperad, que quiero yo también ver eso".
Llegóse junto al lebrillo y vido todo lo que le había dicho. Preguntóle la señora comadre:
¿Qué tierra es ésta?".
Y respondióle:
--"Es la isla Española de Santo Domingo".
En esto metió el sastre las tijeras y cortó una manga, y echósela en el hombro. Dijo la comadre a la preñada:
--"¿Queréis que le quite aquella manga a aquel sastre?".
Respondióle:
--"Como vos queráis, yo se la quitaré".
Dijo la señora:
--"Pues quitádsela, comadre mía, por vida vuestra".
Apenas acabó la razón cuando le dijo:
--"Pues vedla ahí", y le dio la manga.
Estuviéronse un rato hasta ver cortar el vestido, lo cual hizo el sastre en un punto, y con el mesmo desapareció todo, que no quedó más que el lebrillo y el agua. Dijo la comadre a la señora:
--"Ya habéis visto cuán despacio está vuestro marido, pues podéis despedir esa barriga, y aun hacer otra".
La señora preñada, muy contenta, echó la manga de grana en un baúl que tenía junto a su cama; y con esto se salieron a la sala, donde estaban holgándose las mozas; pusieron las mesas, cenaron altamente, con lo cual se fueron a sus casas.
Digamos un poquito. Conocida cosa es que el demonio fue el inventor de esta maraña, y que es sapientísimo sobre todos los hijos de los hombres; pero no les puede alcanzar el interior, porque esto es sólo para Dios. Por conjeturas alcanza él, y conforme los pasos que da el hombre, y a dónde se encamina. No reparo en lo que mostró en el agua a estas mujeres porque a esto respondo que quien tuvo atrevimiento de tomar a Cristo, Señor maestro, y llevarlo a un monte alto, y de él mostrarle todos los reinos del mundo, y la gloria de él, de lo cual no tenía Dios necesidad, porque todo lo tiene presente, que esta demostración sin duda fue fantástica; y lo propio sería lo que mostró a las mujeres en el lebrillo del agua. En lo que reparo es la brevedad con que dio la manga, pues apenas dijo la una: "pues quitádsela, comadre", cuando respondió la otra: "pues vedla ahí", y se la dio; también digo que bien sabía el demonio los pasos en que estas mujeres andaban, y estaría prevenido para todo. Y con esto vengamos al marido de esta señora, que fue quien descubrió toda esta volatería.
Llegado a la ciudad de Sevilla, al punto y cuando habían llegado parientes y amigos suyos, que iban de la isla Española de Santo Domingo, contáronle de las riquezas que había en ella, y aconsejáronle que emplease su dinero y que se fuese con ellos a la dicha isla. El hombre lo hizo así, fue a Santo Domingo y sucedióle bien: volvióse a Castilla y empleó; y hizo segundo viaje a la Isla Española. En este segundo viaje fue cuando se cortó el vestido de grana; vendió sus mercaderías. Volvió a España, y empleó su dinero; y con este empleo vino a este Nuevo Reino en tiempo que ya la criatura estaba grande y se criaba en casa con nombre de huérfano. Recibiéronse muy bien marido y mujer, y por algunos días anduvieron muy contentos y conformes, hasta que ella comenzó a pedir una gala, y otra gala, y a vueltas de ellas se entremetían unos pellizcos de celos, de manera que el marido andaba enfadado y tenían malas comidas y peores cenas, porque la mujer de cuando en cuando le picaba con los amores que había tenido en la Isla Española. Con lo cual el marido andaba sospechoso de que algún amigo suyo, de los que con él habían estado en la dicha isla, le hubiese dicho algo a su mujer. Al fin fue quebrando de su condición, y regalando a la mujer, por ver si le podía sacar a quién le hacia el daño. Al fin, estando cenando una noche los dos muy contentos, pidióle la mujer que le diese un faldellín de paño verde, guarnecido; el marido no salió bien a esto, poniéndole algunas excusas; a lo cual le respondió ella:
--"A fe que si fuera para dárselo a la dama de Santo Domingo, como le disteis el vestido de grana, que no pusierais excusas".
Con esto quedó el marido rendido y confirmado en su sospecha; y para poder mejor enterarse la regaló mucho, dióle el faldellín que le pidió y otras galitas, con que la traía muy contenta. En fin, una tarde que se hallaron con gusto le dijo el marido a la mujer:
--"Hermana,¿no me diréis, por vida vuestra, quién os dijo que yo había vestido de grana a una dama en la Isla Española?".
Respondióle la mujer:
--"¿Pues quereislo negar? Decidrne vos la verdad, que yo os diré quién me lo dijo".
Halló el marido lo que buscaba, y díjole:
--"Señora, es verdad, porque un hombre ausente de su casa y en tierras ajenas, algún entretenimiento había de tener. Yo di ese vestido a una dama".
Dijo ella:
--"Pues decidrne, cuando lo estaban cortando "¿qué faltó?".
Respondióle:
--"No faltó nada".
Respondió la mujer diciendo:
--"¡Qué amigo sois de negar las cosas! ¿No faltó una manga?"
El marido hizo memoria, y dijo:
--"Es verdad que al sastre se le olvidó de cortarla, y fue necesario sacar grana para ella".
Entonces le dijo la mujer:
--"Y si yo os muestro la manga que faltó, conocerla heis".
Díjole el marido:
--"¿Pues teneisla vos?"
Respondió ella:
--"Sí, venid conmigo, y mostrárosla he".
Fuéronse juntos a su aposento, y del asiento del baúl le sacó la manga diciéndole:
--"¿Es ésta la manga que faltó?"
Dijo el marido:
--"Esta es, mujer; pues yo juro a Dios que hemos de saber quién la trajo desde la isla Española a la ciudad de Santa Fe".
Y con esto tomó la manga y fuese con ella al señor obispo, que era juez inquisidor, e informóle del caso. Su Señoría apretó en la diligencia; hizo aparecer ante sí la mujer; tomóle la declaración; confesó llanamente todo lo que había pasado en el lebrillo del agua. Prendióse luego a la negra Juana García y a las hijas. Confesó todo el caso, y cómo ella había puesto el papel de la muerte de los dos oidores. Depuso de otras muchas mujeres, como constó de los autos. Substanciada la causa, el señor obispo pronució sentencia en ella contra todos los culpados. Corrió la voz de que eran muchos los que había caído en la red, y tocaba en personas principales. En fin, el Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, el capitán Zorro, el capitán Céspedes, Juan Tafur, Juan Ruiz de Orejuela y otras personas principales acudieron al señor obispo, suplicándole no se pusiese en ejecución la sentencia en el caso dada, y que considerase que la tierra era nueva y que era mancharla con lo proveído.
Tanto le apretaron a Su Señoría, que depuso el auto. Topó sólo con Juana García, que la penitenció poniéndola en Santo Domingo, a horas de la misa mayor, en un tablado, con un dogal al cuello y una vela encendida en la mano; a donde decía llorando: "¡Todas, todas lo hicimos, y yo sólo lo pago!". Desterráronla a ella y a las hijas, de este Reino. En su confesión dijo que cuando fue a la Bermuda, donde se perdió la Capitana, se echó a volar desde el cerro que está a las espaldas de Nuestra Señora de las Nieves, donde está una de las cruces; y después, mucho tiempo adelante, le llamaban Juana García, o el cerro de Juana García.
Y con ésta pasemos a recibir al doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, primer presidente de este Reino, en el año de 1564. Entró el dicho señor presidente en esta ciudad. De los oidores que había en la Real Audiencia, se habían ido los más a diferentes plazas. Hízose al presidente un solemne recibimiento, con grandes fiestas, que duraron por quince días, y con excesivos gastos, que los sufría mejor la tierra por ser nueva. En la era de ahora no sé cómo los lleva; lo que veo es que todos se huelgan, y que los mercaderes no han de dejar de cobrar. Acabadas las fiestas, y tratando ya el presidente de su gobierno, puso en práctica el señor obispo de que se pidiese al rey nuestro señor suplicase a Su Santidad el Sumo Pontífice erigiese esta iglesia de Santa Fe en arzobispal, y no obispal, por haber ya muchas ciudades en esta provincia y estar en el comedio de los obispados que se podían dar por sufragáneos; con que se remediaba la dificultad que había en seguir las apelaciones interpuestas para el metropolitano, que era el arzobispo de Santo Domingo, distante de este Nuevo Reino más de quinientas leguas; y el metropolitano desde Popayán más de cuatrocientas.
Resueltas las dos cabezas, prelado y presidente, en este intento, que se comunicó a todas las ciudades de este Nuevo Reino, enviaron sus poderes al doctor don Francisco Adame, deán de la santa iglesia de Santa Marta, que como procurador general lo negociase; el cual pasó luego a España y fue muy bien recibido del rey nuestro señor, Philipo II, el cual dio aviso luego de ello a su embajador, que residía en la Corte romana, para que impetrase de Su Santidad esta merced, como la impetró; y luego la concedió el Papa Pío V, de felice memoria, y entregó las bulas de este despacho al embajador arriba dicho, y las del arzobispo de este nuevo arzobispado, que fue el mesmo obispo don fray Juan de los Barrios. Nombró asimismo por sus sufragáneos a los obispos de Santa Marta, Cartagena y Popayán. Llegadas estas bulas a Madrid, nombró el rey por deán de este nuevo arzobispado al mismo doctor don Francisco Adame, y por arcediano al licenciado don Lope Clavijo y por tesorero al bachiller don Miguel de Espejo. Vinieron juntos estos tres prebendados desde Madrid, a los cuales entregó el rey nuestro señor las dichas bulas para que las trajesen. Llegaron con ellas a Cartagena, a 29 de mayo de 1569 años, y el señor arzobispo don fray Juan de los Barrios había muerto poco antes en esta ciudad de Santa Fe a 12 de febrero de dicho año de 1569, que no gozó de esta promoción y nueva merced.
Los tres prebendados llegaron después a esta ciudad con las dichas bulas, y juntándose con otros tres que estaban acá y venían nombrados para esta nueva iglesia catedral, por chantre el bachiller don Gonzalo Mejía, y por canónigos Alonso Ruiz y Francisco de Vera. Juntos en su Cabildo, sede vacante, usando de las dichas bulas, erigieron esta santa iglesia en arzobispal, como consta de los autos sobre esta razón hechos, que están en el archivo de esta catedral; y en el mismo Cabildo fue nombrado por gobernador de este nuevo arzobispado el doctor don Francisco Adame, que lo gobernó con gran prudencia hasta abril de 1573 años, que vino el segundo arzobispo, como adelante se dirá; y el mismo doctor don Francisco Adame, como gobernador de este arzobispado, puso en esta iglesia metropolitana la primera piedra fundamental para dar principio a su fábrica, que toda es de cantería muy fuerte, en presencia de la Audiencia Real, en la cual era presidente el dicho doctor Venero de Leiva, oidores el licenciado Cepeda, que después fue presidente de las Charcas, y el licenciado Angulo, y fiscal el licenciado Alonso de la Torre; y en presencia de los dos Cabildos y de muchos vecinos, a 12 de marzo de 1572 años; y dende entonces se rezó de la dedicación de la santa Iglesia de esta ciudad a 13 de marzo, por ser a 12 del dicho fiesta de San Gregorio, que se lo advirtieron con curiosidad se había de rezar de la dedicación a 12 de marzo, que es de primera clase, y transferir al día siguiente la fiesta de San Gregorio, que es doble común. Diósele octava como lo ordena el breviario de Pío V, hasta que el reformado por Clemente VIII prohibió octavas en la cuaresma.
Dejó este santo prelado y primer arzobispo de este Nuevo Reino una capellanía en esta santa Iglesia, que los prebendados han servido y sirven hasta el tiempo presente, diciendo una misa cantada el primer domingo de cada mes al Santísimo Sacramento (que sea alabado), trayéndole en procesión por las naves de la santa iglesia. Otras capellanías mandó fundar en su patria, en Castilla. Las casas de su morada, que están pared en medio de esta catedral, dejó para hospital, que por no haber habido otro ha sido muy importante; y en él han sido servidos y curados los enfermos; su fábrica acrecentada, y con iglesia y cura que dice misa a los enfermos, y les administra los sacramentos.
Compró el capitán Juan Muñoz de Collantes las casas de su morada, que eran de teja, y diólas a su padre San Francisco para que en ellas se mudase su convento, que hasta entonces había estado en otras de paja, con iglesia muy pequeña de paja y altar de carrizo. Mudóse el dicho convento en aquellas casas; y está tan acrecentado de edificios, que tiene su claustro cerrado de cuartos altos, iglesia grande, casa de novicios y muchas oficinas; sitio tan anchuroso todo cercado de tres tapias en alto; y se ha dado principio a hacer otro claustro, por autorizar este convento, que es cabeza de esta provincia, como lo son el de Santo Domingo, San Agustín y la Compañía.
Hanse tenido por grandes estas dos limosnas que este gran prelado hizo, del hospital y la casa que compró para su religión. Llámole grande, porque fue de vida ejemplar y respetado de otros prelados, que uno de Cartagena, llamado don Juan de Simancas, y otro de Venezuela, llamado don fray Pedro de Ágreda, se vinieron a consagrar de su mano, pudiendo ir al Arzobispo de Santo Domingo; y ambos posaron en su casa, el uno de ellos más tiempo de seis meses; y otros seis meses, y aun más, posó en su casa don Juan Valles, primer obispo de Popayán, que vino a seguir un pleito en esta Real Audiencia.
Fue quinto obispo de Santa Marta y primer arzobispo de este Nuevo Reino, aunque no pudo recibir las bulas de esta merced, por ser ya muerto, como queda dicho.